martes, 18 de septiembre de 2012

Cartas a la reina plateada. Alguna vez fue verano

Carta anterior:
"De playa sobre el jeep"

Alina María:
Aun estamos en invierno. Yo no hago sino extrañarte.
No sé si volviste a ver a Mariano y a Bilbao, esos muchachos tan amigables, en especial para vos, que conocimos en el verano.
Tengo la impresión de vos si los volviste a ver. Está basada en algo que me sucedió hace algunas semanas.
Me crucé a Bilbao en el subte, una tarde que volvía del trabajo. Charlamos brevemente. Quedamos para vernos en una cafetería del centro.
Vos, diosa de mi corazón, fuiste el motivo de charla principal el siguiente viernes por la tarde, en mi encuentro con Bilbao.
No hablamos de hechos particulares. Sin embargo, él parece sentir un gran aprecio por vos. Su amigo Mariano, según me contó también tiene un lindo recuerdo tuyo.
En realidad, al principio ninguno de los dos sabía bien que decir. Ni siquiera teníamos en claro que razón nos había llevado a estar sentados el uno al lado del otro, sobre las banquetas de la barra de la cafetería.
Así que la conversación versó sobre el tiempo, cuestiones de los trabajos de cada uno, algo de política. Nada interesante. No había mujeres en nuestras palabras. Hasta que tuve ganas de ir al baño a orinar.
Con un gesto le indiqué lo que haría. Pero él me detuvo suavemente por el hombro cuando la punta de mi zapato apenas tocaba el piso para bajarme de la banqueta. Había dejado el saco en un asiento contiguo así que estaba en mangas de camisa. Quedé quieto.
Aun con mi cola sobre la banqueta, Bilbao tiró un poco con sus dedos de mi cinturón y separó unas pulgadas el pantalón de mi cuerpo. Por el hueco metió los dedos de la otra mano. Sentí sus uñas más allá de mi camisa hasta que alcanzó el elástico de mi ropa interior. Tiró hacia arriba hasta que un fragmento estirado de la prenda salió a la superficie por encima del pantalón. Era el elástico de un calzoncillo boxer. Sin demasiada gracia.
Miré mi cintura. Miré su rostro. Sonreí nervioso. Él sonrió más tranquilo. Me palmeó el hombro. Me soltó. Me bajé de la banqueta. Fui al baño.
Allí, en la soledad, frente al mingitorio, te recordé con una intensidad que creía olvidada, Alina, diosa en mi corazón. Cuando volví del baño, Bilbao y yo no pudimos dejar de hablar de vos.
Allí, en la soledad, frente al mingitorio, recordé aquella tarde soleada de verano cunado terminábamos de almorzábamos bajo la sombrilla de la mesa de un parador frente a la playa. La brisa te acariciaba cabello castaño largo y ondeado. En tu bikini plateada, ya estabas lista. Pero querías saber si yo me había preparado para una tarde en el mar.
Así que, cuando me puse de pie, estiraste un poco la cintura de mi bermuda con tus delicados dedos. Con la otra mano, metiste un tenedor por dentro de la prenda. Hasta que enganchaste otra prenda y tiraste hacia arriba. Salió a la superficie, por arriba de la bermuda, el elástico estirado de mi slip de baño en tono bronce. Ese que vos siempre querías que usara cuando estuviera alzado.
Fuimos a la playa. Ya sin mi bermuda. Me disfrutaste hermosamente. Hiciste que te acariciara y que usara mi boca. Sobre todo, que te hiciera un espléndido sexo oral. Hasta que acabaras. Sobre la arena. Bajo la caída del sol.
Luego yo me metí en el mar. Me quité el slip. Sentí el masajeo de las olas y la espuma. Cuán adentro mío estabas en ese momento. Cuán metido estaba yo dentro de tu sabor salado. Me tranquilicé.
Por la noche, me tomaste el rostro. Me dijiste que preferías dar una vuelta sola por la villa. No te volvía a ver hasta el otro día. 
Fue dos días después de que habíamos estado con Mariano y Bilbao en el jeep.
Tengo la impresión de que los volviste a ver.
Pero más intenso siento el profundo deseo de volver a estar con vos.
De ser tu entretenimiento.
O tu más sumiso caballero.
Cuando vos lo quieras.
O siempre...

Julius

viernes, 24 de agosto de 2012

El paraguas cambia de mano


No hay que pensar que la relación entre Belén y yo era una práctica de lunes a lunes, las 24 horas del día. La dominación femenina y su correspondiente fetichismo nos ponían en eje. Pero éramos novios por sobre todas las cosas. Nos amábamos. Cedíamos cuando el amor lo requería. Nunca olvidaré todo lo que hizo, incluso financieramente, cuando un familiar mío directo –que no mencionaré- enfermó y fue internado en terapia intensiva. Lo cuido. Se las arregló con mi familia. Y soportó estoicamente lo que una chica de 26 años soporta cuando es odiada por el entorno de su prometido. Asimismo, yo también acompañe en todo momento a Belén. Incluso en una seria depresión que la afectó cuando se le declaró un quiste –afortunadamente no fue grave- en el útero. Fui su espalda al momento de realizarse los exámenes. Tuve que olvidar que yo era su sumiso sexual para tomar las riendas de su propia casa cuando ella parecía desmoronarse frente al abismo.
Durante nuestro noviazgo, varías veces soñamos en casarnos y hasta en tener hijos. Sin embargo, nunca vivimos juntos. Nos veíamos los fines de semana siempre y, muchas veces, en la semana. Yo podía pasar por el departamento de ella o ella por mi departamento. A veces pasábamos días enteros juntos. Hablamos por teléfono. Largas horas. Nos mandábamos mensajistos de celular. Si no nos llamábamos por un tiempo prolongado, yo me incomodaba. Me sentía mal. Pero esta vez, no me importó.
No volví a saber de Belén después de la noche de Red Crown (ver http://blackrabbitdejerry.blogspot.com.ar/2012/08/rendida.html ). No era la primea vez que nos separábamos, hay que reconocer. Y lo que sucediera en el futuro me tenía sin cuidado. No quería volverla a ver. A la salida de la oficina me dedicaba a ir al los bares de after office a conocer mujeres. Iba casi todos los días de la semana. Las primeras tardes fui solo. Con el paso de las semanas comencé a arreglar las salidas con mis compañeros de oficina. Atónitos de que yo no me interesara por mi posesiva novia, aceptaban mis propuestas de salida de levante. Los compañeros de oficina trajeron a otros amigos perfectamente desconocidos para mi pero con los que hicimos buenas migas entras copas, barras de bar y atardeceres urbanos. Estaba feliz en mi nueva vida de heterosexual clásico. Los encuentros en los bares del centro eran divertidos. Me acercaba a las mujeres, cruzaba palabras y miradas estimulantes. Alguna caricia descuidada aparecía por ahí.
Sin embargo, parecía no haber nada para mi más allá de los halagos entre hombres. Por cierto, se acercaba la primavera y yo anhelaba conocer una mujer. Una tarde de lluvia, hastiados de las paredes y las computadoras de la oficina, Liliana, una chica de la oficina, hizo un comentario acerca de nuestros paseos por los after office del centro. Un compañero le respondió. Hablaron un poco entre los escritorios. Ella dijo que tenía una amiga. Él tardó un instante. Yo miré fijo a Liliana.
-Pero vos...-comenzó a decir ella-.
-Yo estoy solo –la interrumpí-.
Liliana sonrió. Yo también. Tomó el celular y llamó a su amiga. Esa tarde la amiga la pasaría a buscar a la salida del trabajo. Nos veríamos. De todas formas, no me importaba. Nunca surge nada interesante de esas presentaciones. Era un escéptico jugando a la ruleta. Disfrutaría de estar allí. Y de mostrarme altivo junto a Liliana, una morocha pequeña de cabello ondeado y atado sobre la nuca. Una chica de risa saltarina. Una buena amiga, pensaba.
Al final de la jornada, salí con mi compañera. Llovía torrencialmente. Su amiga estaba en la vereda. Con un paraguas abierto en la mano. Vestía una capita de lluvia beige con capucha. Por debajo de esta prenda aparecían el reborde de un vestido y unos muslos delgados pero bien formados en medias opacas y unas sandalias de taco alto en los pies.
-Mónica –dijo la amiga a modo de presentación-.Mónica Somariba.
-Moni –aclaró Liliana y la otra asintió con una sonrisa-.
-No creí que llovería.
-Para eso está tu amiga.
Quedé mudo. Otros salieron de la oficina y también fueron presentados. Hablaron con ella. Quedé afuera. Me sentí un tonto. Pero decidí persistir. Mientras el resto se despedía en distintas direcciones, dije:
-Yo también voy para allá –señalé hacía donde se disponían a caminar mi compañera de oficina y su amiga-. Las acompaño una cuadra.
-¿Vos te llamabas...? –dijo Moni-.
-Jorge. Jorge Rivas.  
Bajo la sombra de la capucha, la sonrisa de Moni delataba expresión delicada y candente. Un mechón de cabello rubio y enrulado le atravesaba la cara. Me alcanzó el paraguas para que lo sostuviera y las cubriera. Caminábamos casi con monosílabos. En un momento yo hice un comentario acerca del clima. Absurdo. Sin demasiado sentido. Apenas si lo musité con timidez. Sin embargo, ambas se mostraron muy interesadas en lo que atisbaba a decir. Llegamos a la esquina.
-Yo doblo acá –afirmé y devolví el paraguas-.
Se hizo un silencio. Los ojos de Liliana chispearon. Saqué el celular.
-Me gustaría... –comencé  y me quedé-
La risita de Moni. De mi cuerpo sonó una voz que, sin dudas, no fue mía. No tengo idea quién habló por mi garganta. Pero sin dudas, era una voz entrenada en las tardes de after office.
-¿Qué es lo que se le dice a una mujer a la que querés volver a ver?
Solo la lluvia sonaba. Una percepción extrasensorial. Esa mujer estaría desnuda frente a mí dentro de poco. Una sensación que venía con la brisa húmeda.  
-Véanse mañana –rompió Liliana-.
-A la salida del trabajo –afirmé-.
La rubia asintió. Intercambiamos números de celulares.
Adentro de mi pantalón, mi pene estaba erecto.

CONTINUARÁ 

martes, 7 de agosto de 2012

Rendida


Miré su rostro. Sobre sus ojos campeaba una sombra de zorro. Era patético que un hombre tan atractivo estuviera en una situación como esa.
-¿Te quitarás la mascara, Katy? –me dijo-.
El peso de las largas pestañas y el pegote del maquillaje sobre los parpados me obligaba a abrir y cerrar los delineados ojos  lento y con delicadeza. No era una mujer. No aun, al menos. Pero ya era su chica.
-Sí...
Mis mejillas cubiertas por el látex brillaron. Comencé a sentír el dolor en los pies, propio de los tacos. Estaba cansada. Por fin, estaba cansada. Él comenzó a inclinarse de a poco. Sentí la yema de sus dedos sobre las medias de nylon subiendo sobre las ligas y el portaligas. Mi pene estaba por completo atrofiado bajo el slip de vinillo. No había manera de que descubriera algo. Podía dejarme tocar sin problemas. Estaba resignado. Y excitado. Dejé caer mi cabeza encapuchada de catwoman sobre su hombro. Con suavidad. Me relajé. La música electrónica sonaba fuerte. Pero lejana. Pensé en Belén. En cómo mi amada me había entregado. Un razonamiento trataba de formarse en mi mente.
Me sobresalté.
Adentro de la ajustada pollera tubo, bajo el slip de vinillo, sus manos ya se habían apropiado de mis nalgas. Abrí los ojos y la boca pintada de rouge.
Me incorporé de golpe. Lo aparté a él de un empujón. Por fin entendí, creí entender, por qué Belén me había castrado como a una gata. No se trataba del asunto con Yani (ver http://blackrabbitdejerry.blogspot.com.ar/2012/01/derecho-masculino.html ). Sino de que ella quería estar con Yani. Quería estar con una mujer.
Por primera vez, veía a Belén con una distancia que nunca antes había tenido. Sentía un verdadero fuego incontrolable en mi interior. Traté de mirarme a mi misma. Las botas, la ajustada pollera, las medias, el corset, la remera de látex, mis pechos, los guantes, la cabeza de catwoman. Qué bien me veía. Cualquiera se excitaría conmigo. No me molestaba que Belén me vistiera de mujer. Tampoco me molestaba que me entregara a otras personas –lo había hecho otras veces, ella era mi dueña erótica y sexual y yo no tenía opción-. El problema era otro.
Iba a correr. Pero él me sacudió por el hombro. Me quedé quieto con la vista perdida sobre su rostro.
-Te olvidás la campera –me dijo-.
Me alcanzó el abrigo de cuero.
-Me llamo Marcos García –retomó-. Soy escritor. Quizás te interese hablar conmigo en otro momento (ver de http://blackrabbitdejerry.blogspot.com.ar/2011/07/volvio-una-noche.html en adelante).
Me dio un papel con su nombre y un teléfono. Asentí con la cabeza y tomé el papel. Me incliné. Flexioné la rodilla. El cuero de la bota dio su resplandor tenue. Me levanté la pollera tubo por el muslo y me enganché el papel en el elástico de la liga. Levanté la mirada hacia sus ojos. Estiré mi brazo enguantado. Alcancé su pantalón. En la zona de la bragueta. Lo acaricié con suavidad. Él estaba alzado. Él tenía razón. Quizás quisiera hablar con él, en otro momento. Fue mi último gesto sexy. En realidad, el único.
Me alejé. Atravesé la pista a toda carrera. Subí por la escalera que conducía al salón v.i.p. Allí estaba Belén. Sola. Sentada en un sillón, frente a una mesita ratona que tenía una copa. Iluminada por una luz azul. Siempre que haya una mesita ratona y un sillón, habrá dominación femenina, pensé. Me detuve frente a ella.
-¿Qué pasó con Marcos? –me preguntó-.
Yo la miraba fijo con el seño fruncido.
-El tipo quiso conquistarme a mí Y yo pensé en vos.
Sonrió. Parecía enojada. Belén nunca era tan obvia. Me miró desde abajo desde su posición sentada. Observaba mi figura. Con los dedos hizo una seña hacia la barra que a unos metros del sillón. Un mesero apareció con dos angostas copas de vidrio. Las puso sobre la mesita, descorchó una botella de champagne y cargó las copas.
-Una para mi amiga y otra para mi –indicó Belén-.
El mozo me alcanzó la copa e hizo lo propio con ella. El hombre se alejó. Belén levantó el recipiente en señal de brindis. Bebió un poco. Yo también bebí. Qué bien me quedaba la copa de champagne entre los dedos de guantes largos.
-De rodillas sobre la mesita –me ordenó-.
Era el momento de arreglar todo. Mi cuerpo era dócil. Junté los tobillos. Mis piernas casi se flexionaron. Era fácil. Sólo tenía que dejarme caer. El cuero de las botas absorberían el golpe sobre las rodillas. Ni siquiera sentiría el dolor.
En cambio de eso, eché la campera sobre la mesita. Me agaché, con cuidado. Dejé la copa y me incorporé. Me llevé una mano a la nuca, desabroché el botón a presión y me arranqué la copucha de catwoman.
Con la otra mano en la espalda, tiré de cordón del corset. Se aflojó. Se deslizó hacia abajo. En la cadera, por atrás, bajé la cremallera de la pollera tubo. También cayó. Me quité el ajustado slip y, a tirones, la remera de látex. Me deshice del portaligas. Me quité los guantes.
Mis senos femeninos aparecieron como el artificio que siempre fueron. Dos pomelos pegados con cintas de embalajes sobre mi cuerpo, con dos guindas claveteadas con alfileres a modo de turgentes pezones. Belén me las había pegado no sin dificultad, y con mi obediente ayuda, durante las horas de la tarde. Ya sin el sostén del corset ni la presión de la remera de látex, la transpiración pudo más. Las cintas se vencieron y los pomelos cayeron al piso.
Quedé sólo con las botas bucaneras y las medias de nylon.
Me encorvé para bajar el cierre relámpago, en la cara interna del muslo, de una de las botas. Pero mi vista se posó en Belén. Sentada como estaba, cruzada de piernas, con calzas azules y botas altas de montar negras, sus piernas fuertes se apreciaban en todo su esplendor. Arriba vestía un abrigo grueso y corto atado a la cintura. Pasé de sus botas de montar a su rostro. Luego los dos miramos mi sexo desnudo. Aun con las bucaneras puestas y las medias con ligas, me enderecé. Puse los brazos en jarra. Mi pene estaba erecto. Ella sonrió.
Me tomé el pene con ambas manos y eché la piel hacia atrás. La cabeza apareció colorada y redondeada bajo la tenue luz azul. Volví a poner mis brazos en jarra.
-Soy tu esclavo. Lo sabés. Soy esto –señalé el pene-. No puedo ser otra.
Ella estaba seria. Comencé a sentir frío. Discutimos. Ella ladró más fuerte. Yo callé. Bajé la cabeza. Pero no obedecí.
Volví a casa envuelto en una frazada adentro de un remise que fletó uno de los dueños del boliche Red Crown. En mi departamento, me acosté en la cama y me tapé. Aflojé mi cuerpo cuando me sentí cálido, desnudo pero arropado con la frazada. En la completa soledad de mi habitación tomé conciencia de un pesado cansancio.  

CONTINÚA en...

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viernes, 3 de agosto de 2012

Ropa de invierno

A veces pienso que las prácticas fetichistas, y algunos juegos por el estilo, que tanto les gustaba practicar a Belén, a mí y a otros amigos por la noche, en el departamento de la avenida Santa Fe, están directamente relacionados con nuestra dificultad para desnudarnos en invierno. Todos le teníamos miedo al frío. Quizás por eso, aunque esta vez sin las chicas y los muchachos de los sábados a la noche, no me haya molestado el envoltorio de cuero que Belu me había ajustado. Unas horas después de que en su habitación ella me hiciera besar sus adorados zapatos stiletto color champagne (ver blackrabbitdejerry.blogspot.com/2012/06/color-champagne.html ), bajábamos de un taxi en la calle Marcelo T. de Alvear, pasando avenida Callao hacia el centro.
Belu tomaba mi mano enguantada de negro hasta bien pasado el codo. Era una noche fría, despejada y ventosa. Caminábamos por la vereda tomados de la mano. Yo movía con gracia en el aire el otro brazo enguantado. Trataba de nivelar el paso. Los tacos de las botas bucaneras que me cubrían por completo la rodilla y la ajustada pollera tubo de cuero negro me hacían caminar con el equilibrio de una top model. Belén rodeó con su brazo mi cintura afinada por un ajustado corset, unos metros antes de llegar a Red Crown, una disco freak a la que ya habíamos ido algunas veces –aunque nunca con la ropa que llevaba en esa oportunidad-. 
En la puerta, unas chicas esperaban que alguien las tomara del bracete para entrar. No pude evitar mirar el rostro de una de ellas. Tenía el cabello largo castaño claro desgreñado por el viento y una sonrisa luminosa. Me observaba curiosa. Le llamaba la atención mi capucha de vinillo de catwoman con orejitas puntiagudas, con los agujeros de los ojos hacia arriba que me cubría todo el cuello –ni la nuez se me advertía- hasta que el material brilloso se perdía entre la solapa levantada de la ceñida camperita torerita de cuero y sin mangas.

Bajé la vista por el cuerpo de la chica hasta los jeans ajustados de tiro bajo, allí donde la hebilla ancha de su cinturón casi llegaba hasta la zona alisada de la vagina. Tenía las piernas levemente abiertas. La chica abrió la boca para decir algo. Yo sentí la palma de la mano de Belén la redondez de la mi cola sobre el cuero de la pollera de tubo. Giré el rostro hacia ella. La sonrisa de Belu era aun más potente.
-No te avergüences, Jorge –me dijo-. Te ves genial. Mejor que tantas mujeres feas que usan esta misma ropa. 
            Apenas llegué a pestañear y a mover mis labios sin emitir sonido, cuando sentí la palmada de Belén bajo el elástico del slip tipo culote que marcaba mi nalga por la mitad bajo la pollera ajustada. Entramos a la disco. Fuimos directo a la pista de baile. Bajo las luces intermitentes, un mar de cuerpos se movía hipnótico con la música electrónica. Con mi atuendo no tenía que preocuparme por el apretujamiento. No podía moverme. Y así perdí a Belén. Ella se alejó un poco. Hasta que no la vi más. Incómodo comencé a salir de la pista de baile.
En un ralo de gente, un hombre tomó mi brazo enguantado y me giró hacia sí. Me puse nervioso. En todos lados, había chicas punky chic, transexuales, gays, lesbianas. Freaks de toda laya. Sin embargo, tenía frente a mi uno de esos infaltables heterosexuales clásicos. Me sonrió sabiéndose ganador. Me acercó hasta que mi cuerpo de cuero brillante casi tocaba el suyo. Sería unos diez años más grande que yo, digamos, unos cuarenta años de edad.
Inhibido, bajé mi cabeza gatuna. Él me puso una mano en la nuca de vinillo y suavemente me enderezó hacia él. Le miré la cara. Tenía una barba candado y el cabello lacio medio canoso. Debía ser un hombre atractivo para las mujeres. Era el momento de decirle la verdad acerca de mi sexualidad. Pero él debió haber quedado encandilado con ojos delineados. Sus labios ya rozaban los míos.
Cuando abrí los ojos. Parte de mi recargado rouge había enrojecido el borde superior de su boca. Me tomó fuerte de la mano y me arrastró fuera de la pista. Me arrinconó contra una pared en un sector sombrío, como hacen los hombres heterosexuales cuando una chica les gusta. El problema radicaba en que yo no era una chica. A nuestro costado había sillones ocupados por parejas. Él quedó con la vista baja mirando el resplandor tenue de mis botas. Tal como había hecho yo tantas veces con las botas en las piernas de las mujeres. Comenzó a bajarme el cierre relámpago de la camperita de cuero. Traté de apartarlo. Pero me resultaba tan incomodo mover los brazos con los guantes largos de látex que mis acciones pasaban por verdaderas caricias en su cuello. Él siguió adelante.  
-¿Cómo te llamas? –preguntó-.
Nueva oportunidad para hablar de mi verdadera sexualidad. Sin embargo, ya dudaba. ¿Cuál era mi verdadera sexualidad? Aún más, ¿qué podía hacerme él, hombre al fin y al cabo, si se enteraba que yo no era lo que él esperaba? Decidí entregarme. Al menos por ahora. Luego se me ocurriría que hacer. Me parecía la opción más razonable.
Aun le debía una respuesta. Pensé en contestarle “Cocky” porque yo me llamo Jorge y Cocky es el sobrenombre cariñoso de Jorgelina. Pero sonaba a perra. Pensé en “Peggy”. Pero donaba a chancha. 
-Me llamo Katy –dije por fin-

Él acabó de desabrocharme el cierre relámpago. Bajé mi cabeza con timidez. Mi corazón palpitó con fuerza. Dejé caer la camperita en el piso. Levantadas por corset, aparecieron mis redondas tetas. Envueltas y ajustadas por el oscuro brillante de la remera de látex. Ni yo lo podía creer. Casi había olvidado que las tenía. Los pezones estaban erguidos como cerezas silvestres. Se advertían con deliciosa obscenidad. Él acarició mi desbordado pecho de látex. Yo no sentía nada. Justo antes de que presionara, susurré una verdad:
-Estoy nerviosa.

viernes, 22 de junio de 2012

Color champagne

El problema no radicaba en haber tenido sexo con otra mujer. Siempre supervisado –y disfrutado- por mi novia Belu, eso ya había sucedido otras veces. Yo había tenido sexo con otra mujer siempre que hube sido entregado por Belén. Y así sucedió esa noche de sabado. Sin embargo, después de que forniqué deliciosamente con Yani (ver http://blackrabbitdejerry.blogspot.com.ar/2012/02/doble-vaiven.html ), sobrevino un cierto distanciamiento con mi amada Belén. Yani, la chica delgada casi sin tetas pero de pezones encendidos (ver http://blackrabbitdejerry.blogspot.com.ar/2011/09/sin-corselete.html ), la que no tiene conciencia, le había ganado una partida a Belu. Yani era inocente. Pero inteligente. Y, lo supe después, también sensible.
Fue un proceso más largo de lo que podría parecer a primera vista. Yani logró que Belén nos dejara solos una noche de sábado. Una sola noche. Cuando Belén en plena madrugada cruzó la puerta del departamento de la avenida Santa Fe –de Ana, que también se había retirado-, sabía perfectamente lo que haríamos Yani y yo. ¿O acaso se había imaginado otra cosa y por eso nos había dejado? Yo no abrí la boca. Pero Belén se enteró. Ella siempre parece saberlo todo sobre mí. No por nada era mi dueña erótica y sexual.
Alguien se lo debió haber contado. O, mejor aun, ella razonó unas cosas y repensó otras. El asunto no debió gustarle nada. No creo que Yani le haya hablado. No creo que ellas hayan vuelto a ser amigas.
La primera semana después de aquel sábado a la noche de cigarros y sexo, no vi a Belén. Ni nos hablamos por teléfono. Pasamos el primer fin de semana en un completo silencio afectivo. El asunto me extrañó un poco. Pasaron cuatro días más. El jueves a la mañana recibí un mensajito de texto en mi teléfono celular. Era Belén. Hablamos por teléfono en mi hora de almuerzo. Fue hermoso oír la voz de mi amada. Esa misma noche pasé por su casa. Pedimos comida china.
Sobremesa con café y susurros ásperos como el terciopelo. Hicimos el amor en su cama doble. Saboree su vagina con devoción. Ella subía y bajaba sus pequeños pero redondeados pechos en suspiros cada vez más hondos. Las piernas flexionadas. Calzaba zapatos stilettos color champagne que hacían juego con su desnudez. Contrastaban con su flequillo lacio y todo su cabello negro y largo derramado sobre la almohada por la cabeza echada hacia atrás. Cuando mi pene completamente erecto –y correctamente forrado- quedó atrapado entre su vulva, el taco altísimo y puntera afilada de su steletto derecho rasgaban con suavidad el costado de mi cola.
Eyaculé gloriosamente. Ella acabó en un gemido extenso y dulce. Quedamos dormidos. El uno abrazado al otro. En medio de la noche, me levanté, la saludé con un beso y me fui. Ella sólo atinó a pedir que dejara la puerta de cerrada pero sin llave. Luego ella se encargaría. Creí que estaba rendida. Terminé el resto de la noche en la cama de mi departamento. Al otro día, fui a la oficina feliz. Belén me volvió a llamar ese viernes por la noche. La atendí por el celular mientras cenaba. Fue una conversación llena de arrumacos verbales. Estaba cansada, me dijo. Yo también lo estaba. Quedamos para vernos al otro día, sábado, por la tarde.
Merendé con medialunas en casa y, tipo seis, estuve en el departamento de Belén. Me ofreció café. “No gracias”, dije. Nos sentamos junto a la mesa del comedor. La calefacción estaba muy fuerte. Charlábamos. Ella trajo una botella de whisky, dos vasos anchos de vidrio con hielo y unos chocolates. Cargó los vasos. Uno para mi otra para ella. Comimos lento chocolates. Tomamos. Lento. Ella se levantó y fue a la habitación. Volvió con una prenda de vestir que dejó sobre la mesa del comedor.
-Ponete esto, Jorge –dijo-.
Volvió al cuarto. Tomé la prenda. La observé. Conocía estos juegos. El asunto con Yani había quedado atrás, pensé. Sólo en el comedor me quité mi ropa hasta quedar completamente desnudo. Me fui subiendo la prenda por las piernas. Era un slip tipo boxer pero casi sin piernas negro de vinillo, de tiro alto, muy adherido al cuerpo. Me lo calcé hasta casi la cintura. Descalzo como estaba, caminé. Entré en el cuarto. La ventana estaba cerrada pero la persiana abierta. El cielo bordó. La ciudad encendía sus luces. Al costado de cama doble, Belén desnuda, solo calzada con sus stilettos color champagne. Me sonreía espléndida.
Apenas la registré. Sus muslos fuertes, su rodilla levemente flexionada, su brazo en jarra y mano sobre su cintura angosta, el bello oscuro en la intersección del sexo. Se dio vuelta. Se dejó caer sobre la cama. Boca arriba se apoyó sobre los codos. Avancé. Me incliné directo a meter mis labios entre sus piernas.
Pero ella juntó las rodillas. Me topé con sus pantorrillas. Las levantó un poco. Y allí estaban ellos. Hice lo que ella quería. Con cuidado, besé la piel de sus empeines tensos y perfectos. Besé y lamí con ganas el triangulo de la puntera afilada de los stilettos en tono amarillento apenas oscuros apenas brillantes siempre sedosos.
Cuando quise avanzar, ella me detuvo con sus manos en mi rostro. Salió de la cama.  abrió su ropero. Su cola redondeada, algo ancha y bien levantada me recordó lo alzado que estaba mi pene. Me observé. La erección estaba contenida por el boxer casi sin piernas de vinillo. Cuando volví la vista. Belén había dejado unas medias de nylon con ligas elásticas y un par de botas de cuero negro. Me susurró algo al oído.
Loco de excitación, me puse ambas medias y luego las botas. A una indicación de ella, me pare puse pie junto a la cama con los talones juntos. El boxer se me había metido entre la cola y me dejaba la mitad de las nalgas al aire. Las ligas de las medias me llegaban casi a la juntura del sexo. Las botas cubrían la mitad de mis muslos.
Ella volvió al ropero. Arrojó mas cosas sobre la cama. Un corset, una campera torerita, guantes largos, una pollera tubo de cuero y hasta una capucha de catwoman. ¿Acaso ella se iba a cambiar los stilettos?, me pregunté. Pero no. Lo sabía. La última vez que habíamos hecho algo así, hacía años, el asunto había tenido un costo afectivo muy alto.
Quizás, aun estaba molesta por lo de Yani. Y detrás de eso, supuse algo peor. Mis muslos estaban tensos. Mi cola levantada. Estaba asombrado. Comenzaba sentirme sexy.  Pero ella decidió no correr riesgos.

CONTINÚA en...
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martes, 12 de junio de 2012

Los Requegna

Belén tuvo razón aquella noche. Después de que pasó su menstruación y ella comenzó a ovular, fui completamente suyo. Me enamoré. Y en mis recuerdos, los sentimientos de lo que me hizo Sheyla aquella noche cambiaron por completo (ver http://blackrabbitdejerry.blogspot.com.ar/2012/05/amor-primera-sangre.html ). Belén también se enamoró de mí. Pero yo fui devoto de su placer. Mi deseo fue a la saga del suyo. Ella podía hacer lo que quisiera conmigo.
Durante los seis años que estuve de novio con ella, Belén pudo pellizcarme en la cola o en donde quisiera. Belén podía atarme por los talones y con las muñecas a la espalda. Desnudarme o ponerme la ropa sexy que ella quisiera. Mi pene siempre estaría alzado para ella. A su vez, yo nunca olvidaré su hermosísima figura. Sus muslos fuertes. Su cola bien redondeada, un poquitín ancha, y su cintura afinada. Sus botas. Altas o bucaneras o cortas, de taco alto, de puntera aguda. Su cabello largo lacio, su flequillo sobre la frente. Su pancita apenas escapada del botón de la cintura elastizada. Sus pechos de tamaño discreto pero también redondeados.
Belu siempre podía tenerme agarrado de los testículos. Si clavaba sus ojos oscuros en los míos y usaba guantes negros, mejor. Salíamos a la noche. O la pasábamos en su departamento (mucho más grande y equipado que el mío) o ella se quedaba a dormir en mi cama. Así era nuestro primer año de noviazgo. Íbamos a cenas, al cine, a bailar. Con amigos o solos. Algunos sabían el tipo de relación que llevábamos. Otros no. Pero no nos importaba. Y si surgía algún problema, sabríamos como arreglarlo. Es decir, ella sabía.
En una oportunidad, fuimos a una cena en un restaurante de Barrio Norte con mis compañeros de oficina. En medio de la cena sentí la presión de un zapato en mi pantorrilla. Sólo se me ocurrió pensar que se trataba de una provocación erótica de Belén. Comencé a mirarla con deseo y hasta la acaricié un poco. Ella, a mi lado permaneció inmutable. Estaba demasiado ocupada en su plato de trucha con champiñones.
Yo insistí. Porque así también sentía la presión sobre mi pantorrilla. La mesa bullía en conversaciones cruzadas. Belén me echo una mirada fija y tediosa. Apartó mis manos de ella. Fastidiada, desatendió su comida. Con toda discreción, me desabrochó en cinturón, luego el ganchito de mi pantalón de vestir. Bajó el cierre relámpago con cuidado.
No entendía qué pasaba. Pero quedé paralizado. Con los brazos al costado. Totalmente a su disposición. Ella, delante de los distraídos comensales, me estiró el elástico boxer negro y, con el tenedor de la trucha y los champiñones, sacó mis testículos y mi pene, ya erecto, afuera. El asunto hubiera pasado de largo para el resto de la mesa si no hubiera sido porque alguien estalló en una carcajada. Su estruendo fue tan fuerte que todos hicieron silencio. Primero lo observaron a él. Luego, a lo que él observaba. Y eso era lo que Belén estaba haciéndome. Yo caí de mi éxtasis y miré perplejo al hombre que se reía. Era Requegna. Trabajaba conmigo en la oficina. Sabía el tipo de relación amorosa que yo mantenía. Los rumores me decían que habitualmente se burlaba de mí a mis espaldas. Esa noche estaba sentado, junto a su esposa, frente a mí. Era el único que podía estirar la pierna y presionar mi pantorrilla con su zapato. Bajé la vista en un suspiro. Me avergoncé.
Lo único que se merecía Requegna era que le arrancarán la rótula de una patada. Pero yo no tenía fuerzas para eso. Belén, que tenía botas adecuadas para eso, decidió otra cosa. Se puso de pie. Su short negro quedó a la altura de mi cabeza. La redondez de su cola se delineaba en un perfil perfecto. En los muslos llevaba medias de nylon oscuras.
-No te rías de Jorge –por mí- porque voy a contar lo tuyo delante de todos tus compañeros –le gritó enfurecida a Requegna-.
-¿Qué es lo mio? –replicó él en el mismo tono-.
-Lo de tu amante –dijo Belén e hizo una mueca-. Nunca debiste haberme provocado –gruñó Belén-.
La esposa de Requegna, una rubia, joven y acicalada, se enfureció aun más que él.
-Callate la boca, puta de pizzería. Todo el mundo sabe quien es mi marido. No deberías estar sentada entre nosotros.
Los esposos Requegna se besaron largamente en los labios. Belén calló y se sentó. Como si nada hubiera pasado. Parecía abatida. Yo, cabizbajo, solo atiné a abrocharme la ropa. Volvió el bullicio de las conversaciones cruzadas. Pero nadie volvió a hablarnos ni a Belén ni a mí en toda la noche. Mi propia novia se mostró distante conmigo. Solo en la quietud del taxi de vuelta, nos rozamos las bocas. Fue todo.

Requegna no tenía ninguna amante. En la oficina lo conocíamos. Antes de aquella noche, Belén no había visto a Requegna en su vida. Nunca entendí por qué ella había inventado un disparate como ese. Sin embargo, entendí claramente cual era el sentido de su maldición. “Nunca debiste haberme provocado”, había proclamado. Belu debía tener algún poder especial. O algo así. Porque los esposos Requegna se separaron a la semana. Atravesaron un difícil juicio de divorcio y la fabulosa cuenta que Requegna mantenía en el banco Miltland, desapareció en el pago a las gestiones de los abogados de ambos conyugues. Algo parecido sucedió un pequeño cúmulo de estratégicas acciones empresarias con las que Requegna pensaba especular en la próxima crisis económica. También se desvaneció el sueño de Requegna de tener dos pequeños herederos con su atildada princesa rubia.
La siguiente reunión pública con mis compañeros de fue una tarde en verano. Pasado el año nuevo. Nos encontramos a tomar cerveza tirada con picada en un bar de las afueras de la ciudad. En San Isidro, en las mesas afuera que el local tenía sobre un pequeño parque cerca de la Catedral. Esta vez nadie insultó a Belu. Ni nadie se rió de mí. Aun más, todos aceptaron el juego erótico que propuso mi novia cuando sobre la mesa larga las jarras de cerveza comenzaban a quedar vacías, las tablas a escasear de alimentos salados y el horizonte comenzaba a enrojecer.
Era nuestra reivindicación como pareja. Hay que reconocerlo, nosotros eramos una pareja muy particular.

lunes, 14 de mayo de 2012

Amor a primera sangre

Viene de LA AMIGA DE SHEYLA (ver http://blackrabbitdejerry.blogspot.com.ar/2012/04/la-amiga-de-sheyla.html )

Yanina se puso tan severa en su idea de irse que sus amigos ni siquiera trataron de retenerla. Ana bajó a abrirle. Sheyla se acercó a mí como una pantera. Yo me puse de pie. Ella me abrazó por el cuello. Quedé atónito. Los chicos observaban. Sus ojos azules me encandilaron. Sacó la punta de su lengua y la rozó por mis labios. Aquello me parecía surrealista. Sheyla bajó la mano hasta mi cinturón. Me tocó. Me presionó. Los muchachos se levantaron. Tomé a Sheyla por la cintura. Luego la recorrí con mis manos por debajo de su remera violeta oscura. Rondé su delicado ombligo con mis yemas. Subí hasta los aros de su corpiño. Ella me observaba con ojos idos. El exceso de agua vegetal le facilitaba el placer de estar conmigo. Yo, en cambio, no había bebido tanto. Interpreté que era el momento. Bajé mis manos hasta su cintura y me dispuse a ir hacia donde verdaderamente deseaba. Por fin, lo que había deseado desde que la vi por primera vez en los pasillos de la facultad. Iba a desabrochar su jean. Pero fue ella la que desabotonó mi camisa. Lentamente.
Ana volvió de abrirle a Yanina. Entró al departamento y se movió sigilosa por detrás mío.
Un mechón de bucles rubios cayó sobre el rostro de Sheyla. Cerré los ojos. Abrí un poco la boca. Acerqué el rostro para besar a Sheyla en los labios. Pésima idea.
De inmediato sentí todo tipo de tironeos en las piernas y en los brazos. Abrí los ojos sobresaltado. Los dos muchachos y Ana se esforzaban en quitarme la ropa ante mi resistencia y mi asombro. Forcejeé con ellos. Los insulté. Sheyla, que había permanecido inmóvil, comenzó a acariciarme. A provocar cosquillas en mi cuerpo, que ya comenzaba a quedar desnudo. Fue una movida clave. Por un momento, yo en lugar de gruñir, me contorsioné de la risa con la más tierna inocencia. Y el grupo logró su objetivo.
Cuando quise retomar el control de mi cuerpo, estaba sólo vestido con el calzoncillo tipo slip que había traído de casa, de tela blanca. Nada menos erótico y estimulante que esa prenda. Así me tenían de pie a un costado de la mesita ratona. Ana, casi encima mío, pisaba mis pies descalzos con las punteras de sus zapatos y los chicos me aseguraban bien fuerte los brazos a la espalda. No entendía por qué me hacían esto. ¿Acaso me había comportado mal con Sheyla? ¿No había sido un caballero incluso cuando me hubo rechazado? Mi rostro estaba tenso. Iba a gritar. Pero la rubia de bucles me adhirió una ancha cinta de embalaje en la boca.
Miraba fijo a Sheyla. Era todo lo que podía hacer. Mis berrinches contenidos por la cinta se escuchaban como una súplica apagada. Entonces fue ella la que estalló en una vivaz carcajada. No se por qué.
Comenzaba una nueva resistencia con todo tipo de forcejeos incluso a pesar de las molestias de estar tan agarrado. Decidieron tomar una precaución. Ana me tomó del cabello y me tiró con fuerza la cabeza totalmente hacia atrás. Mi rostro quedó hacia el techo. Sheyla tomó la botella de whisky sobre la mesita ratona, me quito la cinta y me enchufó el pico en los labios. Me resistí a tomar. Pero el líquido comenzó a caer en mi boca. Sentí su tibieza en la garganta. Su regusto cremoso me invadió.
Sheyla me quitó la botella. Ana me soltó la cabeza. Me pegaron nuevamente la cinta. Pero ya no era necesaria. Estaba molesto, sí. Pero, así con la boca tapada, mis ojos se entrecerraban de relajo. No podía resistir. Me dediqué a dejarme fascinar por el cuerpo –por completo vestido pero igualmente hermoso- de Sheyla. Lamentaba el haber creído ingenuamente que esa noche me acostaría con esa chica. Ella, frente a mi, me observaba en la entrepierna de muslos forzadamente juntos.
-¿Qué pasa, con vos, Jorge? –dijo- ¿No la estás pasando bien? Te desnudamos. Te emborrachamos. Y todo sigue igual.
Si había algo en mi que había ejercido una formidable y efectiva resistencia era mi pene. Allí, dentro del calzón de tela blanca, esa noche, no había nada tan pequeño como él.
Sheyla caminó hacia atrás mío, donde estaban los chicos junto a Ana. El slip blanco me cubría la totalidad de las nalgas. Sheyla me lo corrió de arriba como quien le levanta la falda a una chica.
-Será cosa de tocar por acá –tanteó con cuidado-.
Me pellizcó en la nalga. Di un quejido ahogado. Volvió a hacer lo mismo, esta vez clavando las uñas. Largué chirrido más agudo bajo mi tapada boca. Escuché las risitas de ellos. Sheyla siguió intentando. Los chicos se entusiasmaron. Me acariciaban la cola. Entre mis propias quejas de dolor, me ponía cada vez más nervioso. Transpiraba en la frente. Trataba de dar pequeños saltitos pero Ana me pisaba aun más fuerte con sus filosos tacos.
Los cuatro se asomaron para ver como iban las cosas adelante. Mi pene continuaba intacto. Sheyla se quejaba como una nena. Entonces, comenzó a bajarme el calzoncillo lentamente. Nada me avergonzaba más que eso. Mis ojos casi se desorbitaban. Bufaba como un caballo bajo la mordaza pegajosa. Hasta que sonó el portero eléctrico.
Quedamos paralizados. Alguien más llegaría. Comencé a sollozar en silencio. Ana fue a atender. Luego dejó el departamento para bajar a abrir la puerta del edificio. El resto se relajó de mi cuidado. Rendido, me dejé caer arrodillado en el piso, contra la mesita ratona. Con la cabeza baja, pensaba en Sheyla. Lo mucho que me había gustado la primera vez que la vi. Lo mucho que me habían entusiasmado en nuestros primeros encuentros. Cuando me rechazó había creído que lo hacía de buena chica. Inocente. Y ahora yo allí, con la cara colorada y llena de lagrimas. Me sentía tan humillado que ni siquiera me moleste en quitarme la cinta de embalaje que cubría por completo mi boca.
Los chicos y Sheyla se habían sentado en los sillones. Había en sus expresiones algo de tensión en la espera del nuevo huésped. Pero también decepción. Como si se les hubiese acabado el tiempo. La puerta del departamento se abrió. Ana hizo pasar a otra mujer. Era joven. Automáticamente levanté la cabeza hacia ella. Por encima de la humedad brillante de mis pupilas, abrí bien los ojos. Se quitó el abrigo y dejó su cartera sobre un sillón. Sus muslos se veían fuertes en unas ajustadas calzas azul grisáceas. Vestía una blusa blanca holgada, de mangas cortas abullonadas, de un cuello bote que dejaba ver sus pechos no muy grandes pero bien  redondeados. La blusa tenía un ancho cinturón que destacaba la afinación de su cintura. Por debajo del cinturón la blusa caía en una falda que llegaba hasta el comienzo de la pierna. Caminaba con cuidado entre sus botas altas, taquito medio y puntera aguda.
La recién llegada fue saludando con besos en la mejilla a cada uno. Se dio vuelta. La blusa estaba levantada por detrás, agarrada del cinturón. Quedé obnubilado en su cola un poquitín ancha, perfectamente redondeada en la elastizada calza azul grisácea. Ella me miró de costado y me sonrió. Sus ojos estaban delineados de negro y su flequillo pasaba las cejas y  tirado levemente hacia el costado. Luego fue directo hacia mi. Conocía a esa chica.
Cuando me tuvo de frente, me tomó de las mandíbulas y, suavemente, me hizo poner de pie. Me arrancó la cinta de la boca. Comencé a temblar. Su sonrisa era luminosa.
-Creí que vendrías conmigo –dije confuso-.
-Vos no me esperaste, Jorge, y a mi me pasó lo que a todas las chicas. Se me hizo tarde.
Belén. Había salido con ella la semana pasada. Belén Isabel Moreno, su nombre completo. Ella bajó la vista. Yo también. Por primera vez en toda la noche, dentro de mi calzoncillo blanco, mi pene estaba alzado.
Belén me apretó el rostro. Nos besamos en los labios. Cuando nos soltamos las bocas, yo no podía dejar mirar la entrepierna tapada con la blusa blanca.
-Tranquilo. Hoy estoy indispuesta. No haremos nada –dijo con sus pupilas delineadas en negro sobre las mías-.
Luego sucedió un fenómeno que se repetiría a lo largo del tiempo una y otra vez y que no alcanzo a explicar del todo ni siquiera hoy, seis años después. Ana, la dueña del departamento, sencillamente dijo “chau” y se fue. Tras ella salieron Sheyla y los chicos. Nos dejaron solos.
-En quince días voy a estar ovulando y vos vas a ser totalmente mío –afirmó Belén-.
Se agachó con cuidado. Sentí crujir sus botas. Sus hermosos y fuertes muslos de azul grisáceo quedaron horizontales. Desde abajo clavó sus ojos delineados en mi rostro. Me bajó el calzón hasta los muslos. Se metió mi pene erecto entre sus labios. Y me hizo el mejor sexo oral, quizás, de mi vida. Fue mi salvadora.
            Así fue la segunda cita con Belén y la primera fiesta de los sábados a la noche en el mítico departamento de la avenida Santa Fe. Habría muchas a lo largo de los años. A Shayla casi no la volví a ver. Un par de veces nos cruzamos, fuera de ese edificio, y apenas si nos saludamos. A esa hora de la madrugada, una frase se había encarnado en mi. La hice explicita cuando Belén acabó su cometido.
            -Belu: te amo –susurré, con vergüenza, en plena eyaculación-. 

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